De la alienación al compromiso
John Stott
NO EXISTE otra palabra que encierre con mayor precisión o exprese con mayor elocuencia el sentido moderno de impotencia que la palabra "alienación". Decir "Estoy alienado" significa: "Ya no puedo relacionarme con la sociedad y lo peor es que no puedo hacer nada al respecto. "
Marx popularizó el término. Pero él se refería al sistema económico en el que los obreros estaban alienados de los frutos de su trabajo debido a que los dueños de las fábricas eran quienes vendían los productos. Los marxistas contemporáneos amplían su aplicación. Por ejemplo, Jimmy Reíd, un concejal comunista de Glasgow, Escocia, y principal vocero del gremio de estibadores de Upper Clyde, declaró en 1972: "La alienación es el clamor de hombres que se sienten víctimas de fuerzas ocultas que están fuera de su control..., la frustración de la gente común que es excluida de los procesos de toma de decisión."1
De manera que la alienación es la sensación de impotencia económica y política. Las fuerzas inexorables del poder institucionalizado avanzan despiadadamente, y el hombre y la mujer comunes no pueden hacer nada para cambiar su dirección o su velocidad, y menos aun para detenerlas. No somos más que espectadores del desarrollo de una situación en la cual nos sentimos incapaces de influir de modo alguno. Eso es "alienación".
A pesar de mi defensa teológica de la teoría democrática, y de mi argumentación acerca de la necesidad de que los cristianos aprovechen el proceso democrático para unirse al debate público, debo admitir que la democracia no siempre resuelve el problema de la alienación y que muchos se decepcionan en la práctica. Este abismo entre la teoría y la práctica es la médula misma del libro de John R. Lucas, Democracy and Participation. Las personas ejercen su derecho democrático a votar, y por cierto "votar constituye una forma de participación mínima" (p. 166). Sin embargo, de allí en adelante "la democracia se convierte en una autocracia en la cual todas las decisiones excepto una las toma un autócrata, y la única decisión que se deja en manos de la gente es la ocasional elección del autócrata." Por lo cual llama a la democracia "autocracia electiva", ya que "el grado de participación en el gobierno permitido a la gente es irrisorio". El sistema hace que "el gobierno se vuelva insensible a los deseos de los gobernados y a las demandas de la justicia" (p. 184). Luego, "Si bien la autocracia electiva tiene su aspecto democrático, es profundamente no democrática en lo relativo a la manera y el espíritu en que se toman las decisiones... Es no participativa" (p. 198). Sin duda esta decepción del funcionamiento real de la democracia es generalizado. Los cristianos deberían compartir la inquietud de ampliar el contexto del debate público, hasta que las discusiones parlamentarias "resuenen en todos los cafés y talleres de la nación". El doctor concluye su libro con una afirmación amena: "la democracia sólo prosperará arraigada en tierra de cafés" (p. 264).
Es triste que muchos cristianos se contagien el espíritu de alienación. "Por cierto", dicen, "la búsqueda de la justicia social nos concierne y no podemos escapar a ese hecho. Pero los obstáculos son enormes. No sólo enfrentamos la complejidad de los problemas (no nos consideramos expertos) sino también el pluralismo de la sociedad (no pretendemos tener el monopolio del poder ni del privilegio) y el dominio de las fuerzas de reacción (no tenemos ninguna influencia). La tendencia descendente de la influencia de la fe cristiana en la comunidad nos ha dejado sin recursos. Además, el ser humano es egoísta y la sociedad está corrompida."
El primer antídoto contra esa combinación de pesimismo cristiano y alienación secular es la historia. Abundan los ejemplos de cambios sociales que resultaron de la influencia cristiana. Consideremos el caso de Inglaterra. El progreso social allí es innegable, especialmente aquel que resultó del cristianismo bíblico. Pensemos en algunos de los rasgos que deshonraban al país hace sólo dos siglos. El código penal era tan severo que alrededor de 200 ofensas merecían la pena de muerte; con toda justicia se lo llamó "código sangriento". Todavía se defendía la legitimidad y aun la respetabilidad de la esclavitud y el tráfico de esclavos. A los hombres se los reclutaba por la fuerza en el ejército o la marina. Las masas populares no recibían educación ni asistencia sanitaria. Más del 10 por ciento de cada generación moría de viruela. Los viajes a caballo o en carruaje eran muy peligrosos debido a los asaltantes de caminos. El feudalismo social confinaba a las personas en un riguroso sistema de clases y condenaba a algunos a la miseria absoluta. Las condiciones en las cárceles, fábricas y minas eran increíblemente inhumanas. Sólo los anglicanos podían ingresar en la Universidad o el Parlamento, si bien algunos disidentes lograban entrar mediante la práctica del "conformismo ocasional". Causa vergüenza que sólo dos siglos atrás tanta injusticia haya empañado la vida de la nación.
Pero la influencia social del cristianismo ha sido mundial. K. S. Latourette la resume en la conclusión de su obra en siete volúmenes History of the Expansion of Christianity (Historia de la propagación del cristianismo). Se refiere en términos muy favorables a las consecuencias de la vida de Cristo por medio de sus seguidores:
"Ninguna vida en este planeta ha tenido tanta influencia sobre los asuntos de los hombres... De aquella breve vida y de su aparente frustración ha surgido una fuerza más poderosa que ninguna otra fuerza conocida por la raza humana para librar la prolongada batalla del hombre... Por medio de ella millones de personas han sido rescatadas del analfabetismo y la ignorancia para transitar el camino de una creciente libertad intelectual y del control de su medio ambiente. Ha contribuido más que cualquier otra fuerza conocida por el hombre a aliviar los males de la enfermedad y el hambre. Ha liberado de la esclavitud a millones de personas y del vicio a otras tantas. Ha defendido a decenas de millones de la explotación. Ha sido la mayor fuente de movimientos a favor de la reducción de los horrores de la guerra y del establecimiento de las relaciones de los hombres y de las naciones sobre la base de la paz y la justicia."2
De modo que el pesimismo cristiano carece de fundamento histórico. Además es teológicamente inadmisible. La mente cristiana reúne los acontecimientos bíblicos de la Creación, la Caída, la Redención y la Consumación. Los cristianos pesimistas se concentran en la Caída ("los seres humanos son incorregibles") y la Consumación ("Cristo volverá para poner todo en orden") y toman estas verdades como una justificación para la desesperanza social. Pero no toman en cuenta la Creación y la Redención. La imagen divina en el ser humano no se ha desvanecido. Aunque hay maldad en los seres humanos, todavía pueden hacer el bien, como Jesús lo enseñó claramente (Mt. 7.11). Y las evidencias que están a la vista lo confirman. Hay personas no cristianas que forman buenos matrimonios, padres no cristianos que educan bien a sus hijos, industriales no cristianos que administran sus fábricas con justicia, y médicos no cristianos que toman el juramento hipocrático como norma y cuidan de sus pacientes a conciencia. Ello se debe en parte a que la verdad de la ley de Dios está escrita sobre los corazones de todos los hombres, y en parte a que cuando la comunidad cristiana encarna los valores del Reino de Dios, las demás personas los reconocen y en cierta medida los imitan. Así es como el evangelio ha dado frutos en la sociedad occidental a lo largo de muchas generaciones. Además, Jesucristo redime a las personas y las hace nuevas. ¿Queremos decir que las personas regeneradas y renovadas no pueden hacer nada para moderar o reformar la sociedad? Esta opinión es monstruosa. El testimonio conjunto de la historia y las Escrituras es que los cristianos han ejercido gran influencia sobre la sociedad. No somos impotentes. Existe la posibilidad de cambio. Nikolai Berdyaev acierta en resumir la situación así:
"La pecaminosidad de la naturaleza humana no implica que las reformas y las mejoras sociales sean imposibles. Sólo implica que no puede existir un orden social absoluto y perfecto... antes de la transfiguración del mundo."3
Sal y luz
De la historia y las Escrituras pasamos a las expectativas de Jesús para sus seguidores. Su expresión más vivida se halla en el Sermón del Monte, en especial en las metáforas de la sal y la luz:
"Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt. 5.13-16).
Todos estamos familiarizados con la sal y la luz. De hecho se las encuentra en todos los hogares del mundo. Jesús mismo, de niño en su hogar de Nazaret, a menudo habrá observado a su madre usar sal en la cocina y encender las lámparas al caer el sol. Conocía su utilidad.
Esas imágenes fueron las que luego utilizó para ilustrar la influencia que él esperaba que ejercieran sus discípulos en la sociedad humana. En aquel tiempo eran sólo unos pocos, el núcleo inicial de la nueva sociedad; sin embargo debían ser sal y luz para el mundo entero. ¿Qué quiso decir? Esto encierra por lo menos cuatro verdades que no pueden pasarse por alto:
1) Los cristianos son fundamentalmente distintos de los no cristianos, o deberían serlo. Ambas imágenes establecen la separación entre ambas comunidades. El mundo está en oscuridad, dice Jesús, pero ustedes han de ser su luz. El mundo está en descomposición, pero ustedes han de ser la sal que detenga ese proceso. En español diríamos que son "como del día a la noche" o "como de lo vivo a lo pintado"; Jesús dijo que diferían como la luz de la oscuridad y la sal de la descomposición. Este es un tema importante en toda la Biblia. Dios está llamando del mundo a un pueblo para si, y la vocación de su pueblo es la de ser "santo" o "diferente". Una y otra vez les dice: "Sed santos porque yo soy santo."
2) Los cristianos deben permear la sociedad no cristiana. Si bien los cristianos son (o deben ser) moral y espiritualmente distintos de los no cristianos, no deben segregarse socialmente. Por el contrario, su luz debe brillar en la oscuridad, y su sal debe penetrar en la carne en descomposición. Una lámpara no sirve de nada si se la pone debajo de la cama, y la sal no sirve de nada si permanece en el salero. Asimismo, los cristianos no deben mantenerse al margen de la sociedad, donde no pueden influir, sino que deben sumirse en ella. Han de permitir que su luz brille, para que se vean sus buenas obras.
3) Los cristianos pueden influir en la sociedad no cristiana. Antes de conocerse la refrigeración, la sal era el mejor preservativo. Se la frotaba sobre la carne o el pescado para que se impregnara, o se dejaba la carne sumergida en sal. De esta forma se retardaba el proceso de descomposición, aunque no se interrumpía por completo. La eficacia de la luz es aun más evidente: cuando se enciende la luz, la oscuridad se disipa efectivamente. Jesús parece señalar que del mismo modo los cristianos pueden detener la decadencia social y disipar la oscuridad del mal. William Temple se refiere al "profundo sabor que infunden a la vida y a las relaciones humanas quienes tienen algo de la mente de Cristo".4
Surge la pregunta inevitable de por qué no ha sido mucho más amplia la influencia de los cristianos en el mundo no cristiano. Espero me disculpen mis amigos norteamericanos por tomar como ejemplo los Estados Unidos, aunque en Europa, en principio, la situación es la misma. Las estadísticas del cristianismo norteamericano son desconcertantes. A fines de 1979 la revista Christianity Today resume la situación así:
"Sesenta y nueve millones de norteamericanos profesan la fe en Jesucristo. El sesenta y siete por ciento de los norteamericanos actualmente es miembro de alguna iglesia. Según un reciente estudio Gallup, el cuarenta y cuatro por ciento de la población asiste asiduamente a la iglesia, y cuarenta y cinco millones de norteamericanos mayores de catorce años se consideran ‘muy religiosos’".5
¿Por qué es que este gran ejército de soldados cristianos no ha logrado un éxito mayor en repeler las fuerzas del mal? El futurólogo norteamericano Tom Sine ofrece esta explicación:
"Hemos logrado con gran eficacia diluir sus (de Cristo) enseñanzas extremistas y truncar su evangelio radical. Eso explica por qué podemos tener una nación con 200 millones de habitantes, 60 millones de los cuales profesa el cristianismo y que, sin embargo, tengan una influencia vergonzosamente insignificante sobre la moralidad de nuestra soledad."6
Más importante que las meras cifras de los discípulos profesantes es la calidad de su discipulado (que guarden los valores de Cristo sin claudicaciones) y su ubicación estratégica (que ocupen posiciones de influencia para Cristo).
Como cristianos solemos lamentar la decadencia de las normas del mundo con un aire de consternación farisaica. Criticamos la violencia, la deshonestidad, la inmoralidad, la codicia materialista y la falta de respeto por la vida. "El mundo se está desmoronando", decimos encogiendo los hombros. ¿Quién tiene la culpa? Permítanme expresarlo en estos términos: Si la casa está a oscuras cuando cae la noche, no tiene sentido culpar a la casa, pues eso es lo que sucede cuando baja el sol. La pregunta que se debe hacer es "¿dónde está la luz?" Si la carne se echa a perder y se vuelve incomible, no tiene sentido culpar a la carne, pues eso es lo que sucede cuando se deja que las bacterias se reproduzcan. La pregunta que se debe hacer es "¿dónde está la sal?" Análogamente, si hay un deterioro de la sociedad y una decadencia de valores, hasta parecerse a la oscuridad de la noche o a un pescado pestilente, no tiene sentido culpar a la sociedad, pues eso es lo que sucede cuando se abandona a su propia suerte a hombres y mujeres caídos y cuando no se pone freno al egoísmo humano. La pregunta que se debe hacer es "¿dónde está la Iglesia? ¿Por qué la sal y la luz de Jesucristo no están permeando y cambiando la sociedad?" Sería absolutamente hipócrita de nuestra parte que frunzamos el entrecejo y sacudamos la cabeza. El Señor Jesucristo nos mandó a nosotras ser sal y luz del mundo. Por lo tanto, si la oscuridad y la corrupción abundan, es nuestra culpa y debemos reconocerla.
4) Los cristianos deben mantener su diferenciación cristiana. Si la sal pierde su sabor, no sirve para nada. Si la luz pierde su luminosidad, deja de ser útil. De manera que nosotros que nos declaramos seguidores de Cristo debemos cumplir dos condiciones si es que hemos de hacer algún bien para él. Por un lado, debemos permear la sociedad no cristiana y sumergirnos en la vida del mundo. Por otro lado, al estar inmersos, debemos evitar la asimilación al mundo. Debemos mantener las convicciones, los valores, las normas y el estilo de vida cristianos. Esto revela la "doble identidad" de la Iglesia ("santidad" y "mundanalidad"). Luego, si se pregunta qué son el "sabor" y la "luminosidad" de la santidad cristiana, el resto del Sermón del Monte nos da la respuesta. Pues Jesús nos dice que no seamos como quienes nos rodean: "No os hagáis, pues, semejantes a ellos" (Mt. 6.8). En cambio, nos llama a una justicia mayor (del corazón), un amor más amplio (que abarca incluso a los enemigos), una devoción más profunda (la de hijos que acuden a su Padre) y una ambición más noble (la búsqueda del Reino de Dios y su justicia).7 Sólo cuando elijamos su camino y lo sigamos, nuestra sal conservará su sabor, nuestra luz brillará, seremos testigos y siervos eficaces, y ejerceremos una influencia sana en la sociedad.
Este propósito y esta expectativa de Cristo deben bastamos para superar la sensación de alienación. Tal vez algunos nos aíslen en nuestro trabajo o en la comunidad local. La sociedad secular puede intentar por todos los medios empujarnos a la periferia de sus asuntos. No obstante, debemos rechazar la marginación e intentar alcanzar esferas de influencia para Cristo. La ambición es el deseo de éxito en el logro de objetivos. No tiene nada de malo cuando se encuentra auténticamente subordinada a la voluntad y la gloria de Dios. Es cierto, el poder puede llevar a la corrupción. También es cierto que el poder de Cristo se manifiesta mejor en nuestra debilidad. Y efectivamente seguiremos sintiendo nuestra propia inadecuación. No obstante, por su gracia debemos decidimos a infiltramos en algún segmento secular de la sociedad para alzar allí la bandera de Cristo y sostener sin claudicaciones los valores del amor, la verdad y el bien.
Pero ¿cómo podemos ejercer influencia para Cristo? ¿Qué significa en la práctica ser la sal y la luz del mundo? ¿Qué podemos hacer por el cambio social? Intentaré desarrollar tres caminos, agrupados en tres pares: la oración y la evangelización, el testimonio y la protesta y el ejemplo y los grupos.
La oración y la evangelización
En primer lugar, está el poder de la oración. Ruego que no se deseche esta verdad como si se tratara de un argumento piadoso ya trillado o de una concesión a la tradición cristiana. No lo es. No podemos leer la Biblia sin que nos llame la atención la manera en que se .enfatiza constantemente la eficacia de la oración. "La oración eficaz del justo puede mucho", dice Santiago (5.16). En palabras de Jesús: "Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos" (Mt. 18.19). No afirmamos comprender el principio fundamental de la intercesión. Pero de alguna manera nos permite ingresar en el campo de batalla espiritual y adherimos a los buenos propósitos de Dios, para que su poder sea liberado y los principados del mal queden sujetos.
La oración es una parte indispensable de la vida del cristiano como individuo. También es indispensable para la vida de la iglesia local. Pablo la consideraba prioritaria: "Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad" (1 Ti. 2.1-4). Aquí se menciona la oración por los líderes nacionales, para que puedan cumplir con su responsabilidad de preservar la paz, y así la Iglesia conserve la libertad para obedecer a Dios y predicar el evangelio. En teoría estamos convencidos del deber de orar. Pero algunos activistas sociales cristianos rara vez se detienen a orar. Y hay iglesias que no parecen tomar en serio la oración. Si en la comunidad (de hecho, en el mundo) hay más violencia que paz, más opresión que justicia, más secularismo que santidad, no será que los cristianos y las iglesias no están orando como deberían?
En el informe de la Consulta internacional sobre la relación entre la evangelización y la responsabilidad social (19S2) se hace referencia a la obligación de la Iglesia al respecto en estos términos:
"Nos decidimos y apelamos a nuestras iglesias a darle mayor importancia al período de intercesión en el culto público; a pensar en términos de diez o quince minutos en vez de cinco; a invitar a los laicos a dirigir las oraciones, puesto que a menudo ellos tienen un discernimiento profundo de las necesidades del mundo; y a centrar nuestras oraciones en la evangelización del mundo (territorios cerrados, pueblos que se resisten, misioneros, iglesias nacionales, etc.) y en la búsqueda de la paz y la justicia en el mundo (zonas de tensión y conflicto, liberación del horror nuclear, dirigentes y gobiernos, los pobres y necesitados, etc.). Anhelamos ver a cada congregación cristiana inclinarse delante del Soberano Señor con una fe humilde y expectante."8
También nos regocijamos al ver el crecimiento de movimientos paraeclesiásticos cuyo objetivo es estimular las oraciones del pueblo de Dios.
Pasaremos del poder de la oración al poder del evangelio, pues nuestro segundo deber cristiano es la evangelización. Aquí nos referimos a la responsabilidad social cristiana, no a la evangelización. Sin embargo, las dos van unidas. Si bien los cristianos tienen diferentes dones y vocaciones, y si bien en determinadas situaciones es perfectamente adecuado concentrarse ya sea en la evangelización o en la acción social por separado, no obstante en general y en la teoría no se las puede separar. Nuestro amor al prójimo se traducirá en una preocupación integral por todas sus necesidades: físicas, espirituales y comunitarias. Es por eso que en el ministerio de Cristo las palabras y las obras eran inseparables. Como lo expresa el Informe de Grand Rapids, la evangelización y la acción social son "como las dos cuchillas de una tijera o las dos alas de un ave".9
Sin embargo, existen dos razones por las que la evangelización debe verse como el preludio necesario y el fundamento de la acción social. La primera es que el evangelio transforma a las personas. Todo cristiano debería ser capaz de repetir con convicción las palabras de Pablo:"no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree" (Ro. l.16). Lo sabemos por nuestra propia experiencia y lo hemos visto en la vida de otros. Si el pecado es en esencia egocentrismo, luego la transformación de "ego" a "no ego" es un ingrediente fundamental de la salvación. La fe conduce al amor, y el amor al servicio. De modo que la acción social, que es el servicio en amor a los necesitados, debería ser el resultado inevitable de la fe salvadora, aunque debemos reconocer que esto no siempre es cierto.
Existen otras situaciones en las que el cambio social positivo se produce sin relación con iniciativas expresamente cristianas. De modo que no debemos unir la evangelización y la acción social tan indisolublemente como para afirmar que la primera siempre da como resultado la segunda y que la segunda nunca existe independientemente de la primera. De todos modos, existen excepciones que confirman la regla. Seguimos insistiendo en que la evangelización es el principal instrumento de cambio social. Hemos visto que la sociedad necesita sal y luz; pero sólo el evangelio puede generarlas. Esta es una de las maneras en las que podemos declarar sin avergonzarnos que la evangelización tiene primacía sobre la acción social. Por lógica, "la responsabilidad social cristiana presupone cristianos socialmente responsables", y es el evangelio quien los produce.10
Cuando John V. Taylor, Obispo de Winchester, era aún secretario general de la Sociedad Misionera de la Iglesia, describió en la circular de la SMI (mayo 1972) su reacción al libro Calcutta de Geoffrey Moorhouse y a la aparente desesperanza para los problemas de esa ciudad. "Pero, invariablemente, quien hace que la balanza se incline de la desesperación a la fe es la persona que mantiene la entereza a pesar de las circunstancias." Dichas personas no están "atrapadas" en la ciudad ni se han "escapado" de ella. "Han trascendido la situación... Salvación no significa solución, pero la precede y la hace posible... La salvación personal (salvación de primer orden) sigue siendo la entrada. Es la llave para abrir la puerta del determinismo y hacer posible la "salvación" de organismos e instituciones sociales (salvación de segundo orden) pues permite a las personas trascender la situación." Hay otra forma en que la evangelización favorece el mejoramiento social. Cuando el evangelio se predica amplia y fielmente, no sólo trae una renovación radical a los individuos, sino también lo que Raymond Johnston ha denominado "un ambiente antiséptico", en el que es más difícil que prosperen la blasfemia, el egoísmo, la codicia, la deshonestidad, la inmoralidad, la crueldad y la injusticia. Una nación que ha sido permeada por el evangelio no constituye un suelo en el que estas malezas venenosas puedan echar raíces y menos aun crecer frondosas.
Es más, el evangelio que transforma personas también transforma culturas. Uno de los mayores obstáculos para el cambio social es el conservadurismo de la cultura. El desarrollo de las leyes, instituciones y costumbres de una nación lleva siglos; por lo tanto, poseen una intrínseca resistencia a toda reforma. En algunos casos el obstáculo está dado por la ambigüedad moral de la cultura. Todo programa político, sistema económico o plan de desarrollo depende de valores que lo impulsen y lo sustenten. No puede funcionar sin honestidad y cierto grado de altruismo. De manera que, cuando la cultura de una nación (y la religión o ideología que la determina) consiente la corrupción y el egoísmo y no ofrece ningún incentivo al autocontrol y al sacrificio, el progreso resulta completamente trunco. En ese caso la cultura constituye un impedimento para el desarrollo.
El profesor Brian Griffiths hizo una brillante aplicación de este principio al capitalismo y al comunismo en las conferencias sobre cristianismo contemporáneo realizadas en Londres en 1980 bajo el titulo de "Moralidad y mercado". En su opinión el capitalismo ha perdido su legitimidad y el comunismo es irremediablemente defectuoso. "El capitalismo adolece de una falta de límites adecuados para el ejercicio de la libertad", mientras que el comunismo "adolece de la incapacidad de restringir el impulso al control". Pero esta "incapacidad de resolver la tensión entre la libertad y el control" es la crisis del humanismo secular. En efecto, el capitalismo y el marxismo surgieron de la Ilustración en el siglo XVIII; lo que les falta son valores cristianos.11
El último capítulo de la obra de Griffiths se titula "La pobreza del Tercer Mundo y la responsabilidad del Primer Mundo". Presenta su objeción a la expresión clave empleada por Herr Willy Brandt en la Introducción al Informe de la Comisión Brandt que dice así: "Damos por sentado que todas las culturas merecen igual respeto, protección y fomento."12 A lo que Brian Griffiths replica: "Pero no es así. Las culturas son la expresión de valores que configuran las instituciones y mueven a las personas, algunas de las cuales... fomentan la riqueza, la justicia y la libertad, mientras que otras no lo hacen."13
Es absolutamente lógico, pues, que un libro de economía y en particular sobre "La moralidad y el mercado" concluya con un fervoroso llamado a la evangelización del mundo:
"El cristianismo comienza con la fe en Cristo y culmina con el servicio en el mundo... Por esto considero que la evangelización tiene un papel indispensable que desempeñar en el establecimiento de un orden económico más justo. La obediencia a Cristo demanda cambio; pues el mundo se convierte en su mundo; los pobres, los débiles y los que sufren son hombres, mujeres y niños creados a su imagen; la injusticia es una afrenta a su creación. La desesperación, la indiferencia y el sinsentido son reemplazados por la esperanza, la responsabilidad y el propósito; y por sobre todo, el egoísmo es transformado por el amor."14
Así pues, el evangelio cambia a las personas y las culturas. Esto no significa que el desarrollo sea imposible sin la evangelización, sino que la ausencia de aquellos cambios culturales que trae el evangelio resulta un obstáculo para el desarrollo, mientras que la existencia de estos cambios lo favorece. Aun un grupo reducido de cristianos que participen en la vida pública puede iniciar un cambio social. Pero es más probable que su influencia sea mucho mayor si cuenta con el apoyo popular, como fue el caso de los reformadores evangélicos británicos del siglo XIX. Los cristianos de todos los países deben orar por la amplia aceptación del evangelio. Tal como lo comprendieron los evangélicos norteamericanos del siglo XIX, el avivamiento y la reforma van unidos.
El testimonio y la protesta
Hemos visto que el evangelio es poder de Dios para salvación. Pero, de hecho, toda verdad es poderosa. La verdad de Dios es mucho más poderosa que las maliciosas mentiras del diablo. Nunca deberíamos temer a la verdad. Ni necesitamos temer por la verdad, como si su supervivencia fuese incierta. Pues Dios vela por ella y nunca permitirá que sea suprimida por completo. En palabras de Pablo: "Porque nada podemos contra la verdad, sino por la verdad" (2 Co. 13.8). Y en palabras de Juan: "La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella" (Jn. 1.5). Solzhenitsyn es un pensador cristiano contemporáneo que está convencido de esto. Su discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura (1970) se tituló "Una palabra de verdad". En él admite que los escritores carecen de armas materiales como cohetes o tanques. Y se pregunta: "¿Qué puede hacer la literatura frente a la cruel arremetida de la violencia?" En primer lugar, puede negarse "a tomar parte en la mentira". En segundo lugar, los escritores y artistas pueden "derrotar a la mentira". Pues "una palabra de verdad tiene más peso que el resto del mundo. Y sobre este extraordinario quebrantamiento de la ley de conservación de la masa y de la energía se basan mi propia actividad y mi apelación a los escritores del mundo".15
Todos los cristianos, como su Maestro, son llamados a "dar testimonio a la verdad". Para eso había nacido, según sigue diciendo, y para eso había venido al mundo (Jn. 18.37). La verdad suprema de la que damos testimonio es, por supuesto, Jesucristo mismo, pues él es la verdad (Jn. 14.6). Pero toda verdad (científica, bíblica, teológica, moral) es suya y debemos defenderla, afirmarla y abogar por ella con valentía. Aquí es donde cabe la elaboración de una apologética ética, así como la participación en el debate público de la problemática contemporánea. Como cristianos somos llamados a dar testimonio de la ley y el evangelio de Dios sin temor y sin disculpas, desde el púlpito (una plataforma con mucha más influencia de lo que generalmente se cree, especialmente en la formación de la opinión pública), por medio de cartas o artículos en periódicos locales y nacionales, discusiones en el hogar y el trabajo, espacios de radio o televisión, por medio de la poesía y de canciones populares. Es más, lo que es cierto para Jesús lo es también para sus seguidores: el verdadero testigo (mártus) debe estar preparado para sufrir, y si fuera necesario, aun para morir por su testimonio. Este testimonio tan costoso es la principal arma de aquellos a quienes se les niega un juicio democrático por vivir bajo un régimen opresivo.
En un discurso muy difundido hace alrededor de diez años, Sir Keith Joseph se refirió a la decadencia moral de Gran Bretaña, a las posibilidades de "remoralizar" la nación, y al poder de las ideas, en estos términos: "¿Es que hemos de ser destruidos desde adentro?", se preguntaba, aunque habíamos repelido sucesivos intentos de invasión desde afuera por Felipe de España, Napoleón, el Kaiser y Hitler. "¿Es que nos han de destruir las ideas perversas, obcecadas y socavantes, pero seductoras por estar en boga y porque prometen mucho a un precio muy bajo?" Más adelante en su discurso respondió a sus propias preguntas y exhortó a los oyentes a tomar la ofensiva: "Debemos librar la batalla de las ideas en cada escuela, universidad, publicación, comisión, estudio de televisión, aunque tengamos que luchar en cada uno de estos medios por mantener nuestro punto de apoyo. Tenemos la verdad. Si no la hacemos resplandecer, seremos tan culpables como los explotadores, los casuistas y los ácomerciantes’."16
Junto con el testimonio positivo de la verdad debe ir su contrapartida negativa: la protesta contra la insensatez, la falsedad y la iniquidad. Muchos parecen estar decepcionados del arma de la protesta racional, pero considero que no deberían estarlo. La movilización pública es un arma eficaz. Precisamente mientras escribo este capitulo en 1983, he sabido de varios ejemplos recientes.
En primer lugar, antes de las elecciones generales de este año, el ministro del Interior William Whitelaw dio a publicidad los detalles de la Ley de Evidencia Policial y Criminal que se proponía presentar en el Parlamento inglés. De inmediato se levantaron protestas contra el Artículo décimo, que habría otorgado a la policía el derecho de buscar y retener los registros confidenciales de religiosos, médicos y asistentes sociales. Abogados y médicos elevaron una enérgica protesta, y cincuenta y cinco obispos de la Iglesia Anglicana firmaron un recurso. Casi inmediatamente el Ministro del Interior anunció la enmienda del artículo.
Mi segundo ejemplo proviene de Alemania Occidental. Cuando se publicaron los ítems del censo poblacional de 1983, y se supo que los inquiridos deberían revelar una importante cantidad de datos sobre su vida privada, se levantó una tempestad de protestas. Un estudiante de derecho y dos abogados hicieron uso del derecho de los ciudadanos alemanes según el cual, en caso de considerar que existe amenaza contra sus derechos individuales, pueden apelar a la suprema corte del país, la Corte Constitucional Federal de Karlsruhe. La Corte suspendió el censo mediante un interdicto provisional, con el fin de hacer un estudio profundo de su legalidad.
El tercer caso tuvo lugar en julio de 1983 cuando el Concejo Médico de Gran Bretaña, reflejando las políticas del Departamento de Salud y Seguridad Social, emitió una disposición según la cual los médicos debían "observar las normas del secreto profesional" si una joven menor de dieciséis años insistiera en que sus padres no fueran notificados de la prescripción de una píldora anticonceptiva o de un aborto. Los médicos que se negaran a acceder a los deseos de la joven probablemente serían sancionados e incluso corrían el riesgo de perder su matrícula profesional. Por cierto, existen circunstancias excepcionales (por ejemplo, una historia de violencia paterna) en que una joven debería tener la posibilidad de confiar en su médico. Pero la resolución general del Concejo Médico, que habría prescindido por completo del derecho al consentimiento de los padres, provocó un movimiento de presión descomunal por parte de médicos, padres y eclesiásticos indignados. En consecuencia el Concejo desistió.
Podríamos multiplicar los ejemplos. Por lo tanto, que nadie diga que la protesta es una pérdida de tiempo y esfuerzo.
El ejemplo y los grupos
La verdad es poderosa cuando se la defiende con argumentos; es más poderosa aun cuando se la exhibe. Porque la gente necesita no sólo comprender el argumento, sino ver la manifestación de sus beneficios. Una enfermera cristiana en un hospital, una maestra en una escuela, una secretaria en una oficina, un vendedor en un negocio, y un obrero en una fábrica, pueden ser de una influencia que supera toda proporción de números y porcentajes. Y ¿quién puede calcular la influencia para bien que puede tener en un vecindario un hogar cristiano, en el cual el marido y la mujer son fieles y encuentran plena satisfacción el uno en el otro, y sus hijos se forman en la seguridad y la disciplina del amor, y la familia no se encierra en si misma sino que se brinda a la comunidad? Los cristianos somos personas señaladas tanto en el trabajo como en el hogar; el mundo nos observa.
Mayor aun que la influencia del ejemplo de individuos y familias cristianas es la de la iglesia local. Pues el propósito de Dios para la Iglesia es que sea su comunidad nueva y redimida, que encarne los valores del Reino. El doctor John Howard Yoder afirma que no debemos subestimar "el poderoso impacto... que tiene la creación de un grupo social alternativo". Pues "la estructura social primaria por medio de la cual el evangelio obra para cambiar otras estructuras, es la de la comunidad cristiana".17
Pero ¿cómo transforma la comunidad nueva a la vieja? El Informe de Grand Rapids ofrece una buena respuesta:
"En primer término, la nueva comunidad debe constituir un desafío a la vieja. Sus valores e ideales, sus normas morales y relaciones, su estilo de vida sacrificial, su amor, alegría y paz: éstas son las señales del Reino... y ofrecen a la sociedad una alternativa social radical... R. En segundo término, como el mundo vive junto a la comunidad del Reino, algunos valores del Reino se derraman sobre la sociedad en su totalidad, de manera que la industria, el comercio, la legislación y las instituciones resultan imbuidos en cierta medida de los valores del Reino. La llamada sociedad "cristianizada" no es el Reino de Dios, pero tiene una deuda para con el Reino, que con frecuencia no se reconoce. R Sin embargo, el modelo del "derramamiento" tiene sus limitaciones, porque conciben a las dos comunidades como mutuamente independientes, como dos recipientes uno al lado del otro, el contenido de uno de los cuales se derrama y entra en el otro. Las metáforas de la sal, la luz y la levadura que emplea Jesús son más dinámicas, pues cada una implica la penetración de la vieja comunidad por la nueva."18
Los pequeños grupos de cristianos pueden ser la manifestación visible del evangelio. También pueden hacer uso de todos los medios que ya hemos mencionado para influir en la sociedad. Hay poder en la oración y en el evangelio; hay aun más poder si nos unimos para orar y evangelizar. Hay poder en el testimonio y la protesta; hay aún más poder si nos unimos para dar testimonio y actuar juntos. El grupo fue la modalidad que el Señor mismo eligió. El comenzó con los doce. Y en la historia de la Iglesia abundan los ejemplos de la influencia estratégica de los pequeños grupos. En el siglo XVI los primeros reformadores se reunían en Cambridge en la hostería White Horse para estudiar el Nuevo Testamento de Erasmo; en el siglo XVIII en Oxford, el Club Santo, al que pertenecían Whitefield y los Wesley, si bien se dedicaba a estériles buenas obras, constituyó el trasfondo para el primer avivamiento evangélico; y en el siglo XIX en Londres la Secta Clapham apoyó a Whilberforce en la campaña contra la esclavitud, y a muchas otras causas sociales y religiosas. Actualmente uno de los rasgos más prometedores de la vida de la Iglesia moderna es la búsqueda de la experiencia de los pequeños grupos. Miles de congregaciones se han dividido en pequeños grupos de comunión o grupos hogareños. Muchas iglesias además alientan la formación de grupos con intereses especiales: equipos de visitación, grupos de oración misionera, grupos de música, grupos interesados en la problemática contemporánea, grupos de lectura, grupos de estudio y acción social; las posibilidades son innumerables.
Luego existen las comunidades que experimentan nuevas formas de vivir, compartir y/o trabajar juntos, como la Comunidad Kairos en Buenos Aires (para la reflexión teológica sobre el discipulado en el mundo secular), la comunidad Sojourners en Washington DC (abocada a la publicación de la revista Sojourners, a promover el trabajo por la paz y la justicia, y a servir a las familias negras del lugar), y TRACI en Nueva Delhi (el Instituto de investigación y comunicación de pensadores y escritores jóvenes de la India). En Gran Bretaña existen grupos como el Proyecto Shaftesbury (que fomenta la investigación y la acción relacionada con la participación de los cristianos en la sociedad), CARE (Investigación y educación de la acción cristiana, que promueve valores morales en la sociedad), y podría mencionar el London Institute for Contemporary Christianity (que promueve la integración del discipulado bajo el señorío de Cristo y la penetración del mundo secular para él).
Dom Helder Camara, Arzobispo de Recife, al noreste de Brasil, es un líder católico muy respetado, que cree firmemente en el potencial de los pequeños grupos. Acusado de subversivo, se le prohíbe el acceso a los medios de comunicación y vive constantemente amenazado de muerte; este "pacificador violento" (como se lo ha llamado) está comprometido con la justicia y la paz. Después de viajar durante varios años por el mundo, ahora tiene más fe en los grupos. Estimula la formación de "minorías abrahámicas" (así llamadas "porque al igual que Abraham esperamos aun cuando ya no hay esperanza") 19 en el vecindario, la universidad y los gremios, en los medios masivos de comunicación, entre los empresarios, los políticos y las fuerzas armadas. Movidos por una sed común de justicia y paz, reúnen información; tratan de diagnosticar los problemas estructurales de desempleo, vivienda y explotación de los trabajadores; combinan las diferentes experiencias y emprenden la acción de "paz violenta" que consideran adecuada. Dom Helder está persuadido de que tales grupos minoritarios tienen "el poder del amor y la justicia que puede compararse a la energía nuclear encerrada durante millones de años en los átomos diminutos, esperando ser liberada".20 "Todas estas minorías unidas podrían transformarse en una fuerza irresistible", agrega.21 Algunos se burlan, pero él persevera. "Sé bien que mi plan puede traer a la memoria el combate contra Goliat. Pero la mano de Dios estaba con el joven pastor, y David venció al filisteo con su fe, una honda y cinco piedras."22 En otra parte nos exhorta: "Recuerden que a lo largo de los siglos la humanidad ha estado bajo la dirección de minorías."23
Este contraste entre el gigante y el muchacho, la espada y la honda, la jactanciosa altivez y la humilde confianza es característico de la actividad de Dios en el mundo. Tom Sine lo ha captado bien en su libro The Mustard Seed Conspiracy (La conspiración de la semilla de mostaza), cuyo título alude a la diminuta semilla a partir de la cual crece un gran arbusto. El subtítulo de la obra es "Puedes influir sobre el agitado mundo de mañana". Sine escribe:
"Jesús nos ha revelado un secreto asombroso. Dios ha elegido cambiar el mundo por medio de los humildes, los que carecen de pretensiones y los que pasan inadvertidos... Esa ha sido siempre la estrategia de Dios: cambiar el mundo por medio de la conspiración de los insignificantes. Eligió a un puñado de andrajosos esclavos semitas para que se convirtieran en los insurgentes del nuevo orden... ¡Y quién habría soñado que Dios iba a escoger obrar por medio de un bebé en un establo para poner en orden el mundo! "Lo necio del mundo escogió Dios... lo débil... lo vil... lo menospreciado... y lo que no es... Dios aún mantiene la política de obrar por medio de lo vergonzosamente insignificante para cambiar el mundo y crear su futuro..."24
"Lo vergonzosamente insignificante." Siento la necesidad de subrayar este criterio aparentemente invertido que Dios ha adoptado. Al mismo tiempo, desearía fervientemente que comprendiésemos su realismo. Lo que a las minorías les falta en números lo compensan con convicción y compromiso. En apoyo de este argumento citaré a un conocido sociólogo norteamericano. Robert Bellah es un especialista en religión civil, y en la influencia de la religión y la ética en la política. Está al frente de una cátedra en el Departamento de Sociología de la Universidad de California, Berkeley, y también en el Centro de Estudios Japoneses y Coreanos. En una entrevista para la revista Psychology Today (enero 1976) realizada por Sam Keen dijo:
"Pienso que no deberíamos subestimar la importancia de los pequeños grupos de personas que tienen una nueva visión de un mundo justo y pacífico. En Japón una minoría muy reducida de cristianos protestantes introdujo la ética en la política, y causó un impacto que no tiene relación con su número. Desempeñó un papel fundamental en la iniciación del movimiento por los derechos de la mujer, los gremios, los partidos socialistas, y virtualmente de todos los movimientos reformistas. La calidad de una cultura puede transformarse cuando el dos por ciento de su población tiene una nueva visión."
Los cristianos suman menos del dos por ciento en Japón, pero un porcentaje mucho más elevado en muchos otros países. Podríamos ejercer una poderosa influencia en la sociedad, en términos de evangelización y acción social, para la gloria de Dios. Por lo tanto, no existe ninguna razón para que el sentido de alienación persista.
NOTAS
1. Del discurso a los estudiantes, con motivo de su asunción al cargo de rector de la Universidad de Glasgow, abril de 1972.
2. K. S. Latourette, History of the Expansion of Christianity, en siete volúmenes, Eyre & Spottiswoode, 1945, Vol. 7, pp. 503-504.
3. Nikolai Berdyaev, The Destiny of Man, Geoffrey Bles, 1937, p. 281.
4. William Temple, Christianity and the Social Order, Penguin, 1942, p.27.
5. Christianity Today, 21 de diciembre, 1979.
6. Tom Sine, The Mustard Seed Conspiracy, Word, 1981, p. l 13.
7. Mateo 57. Ver mi exposición del Sermón del Monte, titulada Contracultura Cristiana, Certeza, 1984.
8. Evangelism and Social Responsibility: An Evangelical Commitment, Informe de Grand Rapids, Paternoster Press, 1982, p. 49.
9. Ibíd., p. 23.
10. Ibíd., p. 24.
11. Brian Griffiths, Morality and the Market Place," Christian Alternatives to Capitalism and Socialism," Hodder & Stoughton, 1982, p. 69.
12. North-South, "A Programme for Survival", Informe de la Comisión Independiente para el Desarrollo internacional, presidida por Willy Brandt, Pan Books, 1980, p. 25.
13. Morality and the Market Place, pp. 1489.
14. Ibíd., pp. 154155.
15. Alexander Solzhenitsyn, One Word of Truth, Bodley Head, 1972, pp. 22-27.
16. Discurso de Sir Keith Joseph, pronunciado en Birmingham, Octubre, 1974.
17. John Howard Yoder, Jesús y la realidad política, Certeza, 1985, pp. 82 y l 16.
18. Evangelism and Social Responsibility: An Evangelical Commitment, 1982, p. 34.
19. Dom Helder Camara, Spiral of Violence, Sheed & Ward, 1971, p. 69.
20. Dom Helder Camara, The Desert is Fertile, Sheed & Ward, 1974, p. 3.
21. Spiral of Violence, p. 43.
22. Dom Helder Camara, Race against Time, Sheed & Ward, 1971, pp. vii-viii.
23. Ibíd., p. 17.
24. Tom Sine, The Mustard Seed Conspiracy, Word, 1981, pp. 11-12.